Las consecuencias del confinamiento y la restricciones vividas desde el año pasado y que se han prolongado durante este año han pasado factura a nuestros hijos. Es más, se ha disparado el consumo de antidepresivos en niños y adolescentes entre 10 y 18 años.
La revistas de psicología y psiquiatría de diferentes países confirman esta información y sin ir más lejos en el hospital Gregorio Marañón de Madrid se han acentuado en un 400 % las peticiones de hospitalización de niños por problemas de salud mental.
El estrés, el miedo, el aislamiento, la incertidumbre, el dolor, la disminución de las interacciones sociales, el cierre temporal de clases y del colegio… Todo ello ha producido un desgaste que ha repercutido en la salud mental y emocional de nuestros hijos, produciendo una larga lista de problemas como:
- Ansiedad
- Depresión
- Autolesiones
- Obsesiones
- Miedos
- Intentos de suicidio
- Trastornos alimentarios y un largo etcétera…
Todo ello desencadena problemas que dificultan su readaptación a la vida normal y su evolución psicoemocional. Con este post, mi intención no es alarmar pero sí aportar algunos tips que sirvan para que podamos estar atentos a cualquier cambio que se produzca en nuestros hijos. Lo importante es pedir ayuda si es necesario porque, en ocasiones, estas situaciones nos desbordan y no tenemos ni la formación ni las herramientas necesarias para ayudarles.
Y es que, a veces, los síntomas no son tan llamativos pero debemos estar pendientes.
¿Qué señales deberían alertarnos en nuestros hijos?
- Síntomas frecuentes de problemas físicos como dolores de estómago, dolor de cabeza, dolor de garganta constante…
- Rechazo a querer ir a lugares o reuniones con amigos, parques o fiestas de cumpleaños a los que antes acudía habitualmente.
- Bloqueo académico. Quedarse en blanco en los exámenes, disminución de la concentración, de la atención, del rendimiento escolar… Esto está siendo muy frecuente a nivel general. Hay que tener en cuenta que mientras no se aborde el problema de raíz no se conseguirán atajar los síntomas que son tan solo la punta del iceberg.
- Bloqueo en las actividades deportivas o competiciones que antes podían realizar.
- Mutismo. De repente parece que optan por quedarse callados y dejar de compartir sus preocupaciones y sus problemas.
- Preocupaciones constantes y desproporcionadas que se apoderan de sus pensamientos y les generan situaciones de ansiedad con una narrativa como: «Voy a equivocarme», «voy a suspender», «papá y mamá pueden morir», «el profesor no me puede ni ver», «mis amigos pasan de mí»…
- Problemas de alimentación o de sueño. Problemas para conciliar el sueño, pesadillas habituales, trastornos alimentarios…
- Comportamientos disruptivos o antisociales.
Cualquier signo que nos haga pensar que «no reconocemos a nuestros hijos» o que «aquí está pasando algo» deberían ser motivos para buscar profesionales que nos ayuden. Nuestra tarea como padres es observar para tratar de averiguar cómo se sienten y como se encuentran, pero no perdamos de vista el ‘sentido común’, ya que si los síntomas persisten y sus conductas son disruptivas, debemos pedir ayuda.
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