La negación a veces ocurre en forma de silenciosa y otras en forma de palabras. Podemos indagar y familiarizarnos con las frases que habitualmente utilizamos que suponen una negación y una coacción para nuestros hijos. Esto nos ayudará a pararnos antes de decirlas.
¿Qué frases indican la negación de sentimientos y expresiones de nuestros hijos?
- No es para tanto.
- ¿Qué te parece tan terrible?
- No veo nada malo en esto.
- No es el fin del mundo.
- No es nada, no ha pasado nada.
- Estarás bien dentro de poco.
Ante estos comentarios los niños se sienten sorprendidos e ignorados porque estas palabras contradicen sus emociones.
Cuando un niño está asustado o herido, no todo va bien, porque esas emociones le producen malestar. En lugar de negarlas, tenemos que validarlas, tenemos que afirmar la experiencia del niño, dándole información para que la reconozca.
Si un niño se cae podemos decirle, «¿te duele la herida?». «Ya sé que ahora te duele pero dentro de poco ya no te va a doler más». «Vamos a limpiar la herida».
Pero no es necesario reprimir sus lágrimas. Nuestra tarea es darle información y escuchar sus emociones.
Podemos decirle que si quiere llorar puede hacerlo porque lo que siente es importante.
El niño puede contarse así mismo un drama con frases como, «no voy a volver a andar en bici”.
Pero no queremos dar fuerza a esos pensamientos. Cuando escuchamos y validamos sus miedos, con una voz tranquila y relajada, y le damos la información necesaria, el niño capta nuestra confianza, en su capacidad de superar la experiencia se sentirá capaz de volver a montar en bici.
La negación muchas veces está en cubierta por comentarios que le quitan al niño el derecho a sentir y a confiar en sí mismo.
Cuando el niño dice “no me gusta nada y nosotros le contestamos, «pero si está muy bueno, tómatelo”, estamos invalidando la decisión que ha tomado.
Cada vez que nosotros negamos a nuestros hijos, les sembramos el miedo con nuestras palabras, miedo que les bloquea y les impide hacer lo que quieren hacer, miedo que les mina la autoestima o la confianza en sí mismos.
“Veo que estás asustado y no estás seguro de querer lanzarte por el tobogán, no hay prisa ,tómate tu tiempo y decide lo que quieras». Deja que tu hijo decida y permanece a su por si lo necesita.
Además podemos ser conscientes de los siguientes comentarios, para eliminarlos.
- «¿Por qué no lo haces solo por esta vez?»
- «¿No querrás esta porquería de anorak?»
- «Ya has tenido tiempo suficiente para jugar»
- «Tienes que estar muerto de hambre»
- «Pero si te encanta jugar con esta niña, hombre quédate con ella»
- «No te avergüences, sigue intentándolo»
- «No hay necesidad de llorar»
- «Vas a tener frío y te vas a enfriar»
Cuando el niño ha tomado una decisión que consideramos peligrosa es importante reconocer las emociones que genera esta situación.
Si el niño corre detrás del gato por la calle, por ejemplo, y tú le das un tirón de la camiseta y le das un grito y luego le dices mejor quédate aquí porque estoy más tranquila cuando estás quietecito a mi lado; estás generando y dando pasos peligrosos para que el niño no repita esta acción, pero estás generando el miedo a tu enfado como motivo equivocado para evitar el peligro.
Debemos enseñar a que el niño aprenda a cuidarse explicándole los riesgos que corre, pero respetando su deseo de que viva la experiencia, por supuesto, todo ello dentro de unos límites y teniendo en cuenta que hay peligros que no podemos permitir a determinadas edades.
A nuestros hijos les conmueve que los padres confiemos en ellos y eso hace que estén receptivos a nuestras explicaciones.
Siempre que sea posible deja que tu hijo tome sus decisiones. Si tienes que restringir su libertad, hazlo con respeto y con amabilidad, y siempre con una buena explicación. Intenta contener el impulso de dirigirle constantemente.
Tenemos que controlar nuestras reacciones personales ante las situaciones y observar nuestros pensamientos para comprobar si realmente son justificables o no.
El niño tiene derecho a cometer sus propios errores y experimentar las consecuencias de sus actos. Cuando el niño encuentra respuestas por sí mismo, aprende a enfrentarse a las situaciones con responsabilidad, y no como una víctima.
El niño es responsable de lo que le ocurre y aprende en primera persona lo que funciona y lo que no. Cuando el niño puede expresar libremente sus emociones y le escuchamos con una escucha atenta, reforzamos su autoestima y el acopio de recursos.
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