Desde que nacemos tenemos emociones, pero no sabemos cómo usarlas ni gestionarlas. Aprender a manejar las emociones forma parte del desarrollo infantil, igual que aprender a montar en bici o a leer.
Las emociones son fundamentales porque ayudan a los niños a expresar lo que sienten, a relacionarse con los demás y a desarrollar habilidades que influirán directamente en su bienestar y éxito futuro.
Pero, ¿cómo se enseñan las emociones?
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a manejar la rabia, la frustración o el enfado y comprender lo que les ocurre?
¿Cuándo y cómo enseñar educación emocional?
No podemos enseñar emociones si no las conocemos
El primer paso es legitimar las emociones.
Todos nacemos con seis emociones primarias, que forman parte de nuestro código genético:
- Alegría
- Miedo
- Enfado
- Tristeza
- Sorpresa
- Asco
Estas emociones básicas se pueden observar incluso antes del nacimiento: hoy en día, las ecografías permiten ver cómo el bebé muestra gestos que reflejan alegría, enfado o sorpresa.
Esto demuestra que las emociones son innatas y necesarias; son una guía que nos ayuda a adaptarnos y responder a las distintas situaciones de la vida.
Todas las emociones son necesarias
Las emociones no son ni buenas ni malas, aunque algunas resulten agradables y otras no.
A nadie le gusta sentir miedo o tristeza, y todos preferimos la alegría, pero todas cumplen una función adaptativa.
Las emociones son como el agua: fluyen, vienen y van constantemente.
Algunas se originan por acontecimientos externos y otras por nuestros propios pensamientos o experiencias internas.
Además de las emociones primarias, existen las emociones secundarias, que aparecen más tarde y están influenciadas por el entorno y la educación, como la vergüenza o la culpa.
A lo largo del día experimentamos múltiples emociones. Por eso, cuando una madre o un padre dice “mi hijo está siempre enfadado” o “mi hijo es siempre feliz”, suelo responder:
“O no lo estás observando bien, o no le estás mirando de cerca.”
Porque es imposible sentir siempre lo mismo. Las emociones cambian, y esa variabilidad es precisamente lo que nos hace humanos.
4 pasos para enseñar a los niños a gestionar sus emociones
El aprendizaje emocional debe empezar desde los primeros años de vida. A continuación te dejo los pasos clave para acompañar este proceso de forma respetuosa y efectiva.
1. Legitimar sus emociones
Validar lo que sienten es el primer paso. Los cuentos y las historias son una herramienta maravillosa para trabajar las emociones desde pequeños.
Después de leer, puedes hacer preguntas para descubrir con qué personaje se identifica tu hijo y qué emociones reconoce en él.
Esto te permitirá ayudarle a poner nombre a lo que siente y ofrecerle herramientas para gestionarlo.
2. Enseñar a nombrar las emociones
A partir de los tres años, los niños pueden empezar a identificar y poner nombre a las emociones que experimentan.
También es útil enseñarles a reconocer la intensidad de cada una: no es lo mismo estar triste que “muy triste”, o contento que “muy feliz”.
Este vocabulario emocional amplía su comprensión y les permite expresarse con más claridad.
3. Enseñar a expresar las emociones de forma sana
No se trata de reprimir las emociones, sino de aprender a expresarlas sin hacerse daño ni dañar a otros.
Los niños necesitan entender que todas las emociones son válidas, pero que hay formas adecuadas de mostrarlas.
Aprender esto es clave para desarrollar habilidades sociales, empatía y autocontrol.
4. Aprender a regular las emociones
Regular las emociones significa aprender a salir de ellas, a no quedarse enganchados en la rabia o el malestar.
Es enseñarles a “pasar página” y seguir adelante, algo que requiere práctica, acompañamiento y mucha paciencia.
Este aprendizaje no ocurre de un día para otro, sino que se construye con el ejemplo y la constancia.
Por qué es importante trabajar las emociones en la infancia
El trabajo emocional es una parte fundamental de mi consulta con niños y adolescentes.
Detrás de muchas conductas que preocupan a los padres —rabietas, aislamiento, impulsividad o desmotivación—, suele haber emociones que no saben manejar.
Estas emociones pueden estar provocadas por circunstancias externas que no siempre podemos cambiar, pero sí podemos enseñarles a gestionar cómo las viven.
Ahí es donde la educación emocional marca la diferencia: les ayuda a comprenderse, expresarse y recuperar el equilibrio ante los retos cotidianos.
Enseñar a los niños a reconocer y gestionar sus emociones es un regalo para toda la vida.
Les da herramientas para afrontar las dificultades, comunicarse mejor y construir relaciones más sanas y seguras.
Si quieres seguir aprendiendo sobre educación emocional y crianza respetuosa, consulta otras entradas en mi blog.
Y si necesitas acompañamiento profesional, no dudes en ponerte en contacto conmigo.
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