Hemos hablado mucho de límites, de cómo aplicarlos y de lo bien que funcionan en niños desde bien pequeños. Y es que los límites ayudan a nuestros hijos cuando van atravesando diferentes etapas donde se van descubriendo poco a poco a sí mismos.
Sin embargo, en ocasiones los límites también pueden causar problemas. Concretamente, en aquellos casos cuando los establecemos para controlar a nuestros hijos sin que sea necesario. Por eso hoy quiero daros algunas pautas de cuándo es eficaz o no establecer límites.
¿Qué tener en cuenta cuando aplicamos límites?
Para asegurarnos que los límites que ponemos son adecuados, es necesario que nos hagamos las siguientes preguntas:
- ¿Qué queremos conseguir cuando los aplicamos?
- ¿ Son de verdad necesarios?
- ¿Estamos intentado guiar o controlar a nuestros hijos?
Por tanto, cuando los límites no son para guiarlos sino para controlarlos, estamos escondiendo detrás de ellos una lucha de poder.
Ejemplo de límite no eficaz
Yolanda es una adolescente de 14 años que le encantaba vestir de negro. Ella, al igual que todas sus amigas, iban a clase siempre vestidas de negro. Era su forma de reafirmarse tanto como grupo como de forma individual.
Al principio, a sus padres no les gustaba, aunque tampoco veían nada malo. Yolanda sacaba buenas notas, era una niña inteligente y no daba problemas. Tenía muchas amigas que eran educadas y amables, y pertenecía a muchos clubs de deporte y de ocio.
- «¡Será una manía y ya se le pasará!», pensaban sus padres
Sin embargo, pasaban los meses y Yolanda seguía vistiendo de negro cada día y sus padres empezaron a preocuparse. «¡Esperemos que no se haya hecho de ninguna secta!», repetían. Entonces decidieron abordar lo que consideraban un problema:
- «Yolanda, tienes ropa muy bonita. ¿Por qué no te pones el vestido que te pusiste para la foto del año pasado?», le dijeron.
- «Me gusta vestir como visto», contestó ella.
Los padres cada vez estaban más preocupados y sus comentarios eran más críticos.
- «¡Es que parece que siempre vas a un entierro»!, le decían sus padres.
Yolanda se sentía muy juzgada.
- «¿A qué yo no os digo a vosotros cómo tenéis que ir vestidos? ¿Por qué lo hacéis vosotros conmigo? ¿No podéis dejarme en paz?, contestaba ella.
- «Pero… ¿Por qué no te vistes como una persona normal? ¡Ya estamos hartos de verte siempre de luto! A partir de ahora, el resto del curso te vas a vestir como todo el mundo», le dijeron sus padres.
Yolanda les miró y se fue corriendo a su habitación. En ese momento, decidió que lo haría pero que seguiría vistiendo de negro pero a sus espaldas. De esta manera, cada día Yolanda salía vestida en vaqueros pero cuando llegaba al colegio se cambiaba y volvía a vestirse de negro. Al terminar las clases, volvía a ponerse los vaqueros para volver a casa y así estuvo durante varias semanas.
Su madre empezó a darse cuenta de que algo pasaba cuando veía la ropa sucia de su hija en el cesto, un día le preguntó:
- «¿Te llevas la ropa negra para vestirte en clase con ella? Tu padre y yo te habíamos dicho que ya estaba bien pero cómo no nos has obedecido, te voy a quitar toda la ropa negra», le espetó su madre. Entonces, se llevó toda la ropa negra.
Las siguientes semanas, Yolanda evitaba a su padres, casi no salía de su habitación y apenas hablaba con ellos. Y cuando le decían lo guapa que estaba por las mañanas, ella les echaba una mirada asesina y, cada vez, las cosas iban peor.
Finalmente, sus padres decidieron sentarse con ella y explicarle lo que significaba para que ellos que fuera siempre vestida de negro. Le dijeron que tenían temor de que se uniera a algún grupo peligroso o se relacionará con gente que le pudiera perjudicar. Además le transmitieron que su comportamiento había cambiado. En ese momento, Yolanda también le explicó cómo ella se sentía. Les dijo que le hacían sentir como una niña pequeña y que sentía siempre juzgada.
- «¡Mamá, es como nos gusta ir vestidas a mis siete amigas. Estamos en un grupo de teatro y nos encanta vestir así, además no hacemos daño a nadie».
Cuando la escucharon, sus padres empezaron a sentirse mejor y se dieron cuenta que su hija solo estaba experimentando. Comprendieron que el problema no era que vistiera de negro sino los miedos que ellos tenían con eso. Entonces, le pidieron disculpas por todo y le devolvieron toda su ropa negra.
En menos de dos meses, Yolanda había cambiado otra vez de estilo.
En este ejemplo, podemos ver cómo ese límite tiene como objetivo controlar y no era necesario para resolver la situación sino que la ha agravado. La solución no pasaba por imponerse sino por comunicarse con su hija, ya que ese límite había sido un obstáculo para que Yolanda explorará diferentes etapas de su crecimiento y su maduración.
Por tanto, es importante que a la hora de establecer límites tengamos en cuenta su objetivo y sopesemos las consecuencias para la convivencia familiar. Por eso, siempre recomiendo a los padres que intenten establecer ciertos límites con una negociación, sobre todo en etapas como la preadolescencia y adolescencia. De esta manera, cuando nuestros hijos se ven implicados aceptan las consecuencias y esos límites mucho mejor.
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